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Teresa de Jesús en Alba de Tormes
Publicado el 6 Jul, 2015

JLGR. CARMUS.
El pasado 16 de junio de 2014 se abrió la última fase del Museo de las Carmelitas Descalzas, que consta de la Sala de Santa Teresa y la celda en la que murió la Santa, a las que se accede desde el templo, más los camarines situados tras el retablo mayor desde los que los peregrinos llegan al sepulcro de la Santa y a sus reliquias mayores: brazo y corazón. Junto a esta zona histórica se incorporó un edificio de nueva planta en el que se expone lo mejor del rico patrimonio espiritual, histórico y artístico conventual.

 

I.Teresa y el Carmelo descalzo

Teresa de Ahumada, Teresa de Jesús o Santa Teresa es una de las cumbres de la espiritualidad y la cultura española del siglo XVI. Nació en Ávila en 1515 y toda su vida, casi 47 de sus 67 años, se desarrolló en el Carmelo calzado y descalzo. En 1535, con 20 años, entró en la Encarnación de Ávila, donde fue Teresa de Jesús. Allí estará hasta 1562, cuando salga a fundar, y a él volvió como priora en 1571, durante tres años. San José de Ávila fue la primera y humilde fundación, modelo para las siguientes, donde permaneció cinco años. Luego, entre 1567 y 1582, achacosa, por malos caminos, con poca ayuda, y algún claro rechazo peregrinó fundando conventos. Fueron diecisiete los carmelos descalzos de monjas y dos de frailes que fundó aquella mujer vagamunda e inquieta,  con sólo un pequeño ejército de monjas orantes y un fraile al que sacaba más de cuarto de siglo de edad: fray Juan de la Cruz.  Nueve fueron fundados entre 1567 y 1571, en apenas cinco años (el último de esos nueve el de Alba). Es la suya una reforma a inscribir en las muchas reformas de descalzos de comienzos de la edad moderna europea. Teresa busca conventos de clausura marcadamente pobres, con pocas monjas, cultas e iguales entre sí, que se dedicasen a la oración personal y comunitaria. Cada una de estas apuestas es espiritualmente vital, y los monasterios acordes con ellas son hitos fundamentales de la historia de la espiritualidad española.

 

II. Alba de Tormes: fundación del convento e Iglesia

El 25 de enero de 1571 se celebró, en una iglesia provisional, la primera misa del monasterio de la Anunciación de Nuestra Señora del Carmen de Alba.  Fueron los patronos de la Fundación Francisco Vázquez y Teresa de Laíz, el primero cristiano nuevo vinculado al duque de Alba, que tuvo problemas como receptor en la Universidad de Salamanca y en 1566 volvió a Alba como contador del duque, la segunda mujer de peculiar carácter que al no tener hijos empujó al contador y a su propia familia (los Aponte) a fundar este convento. Santa Teresa narra escuetamente el proceso fundacional:  « Por el contador del duque de Alba y de su mujer fui importunada para que en aquella villa hiciese una fundación y monasterio. Yo no lo había mucha gana pues, por ser lugar pequeño, era menester que tuviese renta, que mi inclinación era a que ninguna tuviese. Pero fray Domingo Bañes, mi confesor, me riñó y dijo que, pues el Concilio daba licencia para tener renta, no debía dejar de hacer un monasterio por eso ». Aceptó el patronazgo cuando los Velázquez “vinieron a ponerse en razón y dar bastante renta para el número; y lo que les tuve en mucho: que dejaron su propia casa para darnos, y se fueron a otra harto ruin».  De finales del año anterior es la Escritura de Fundación en la que los fundadores dan las casas en las que viven, y otras, más diversas donaciones y juros, y se comprometen a hacer “la capilla e altares della e cuerpo de Yglesia a su costa”.

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Añadamos que la primera comunidad fue de 5 monjas, que mediaron en la fundación Juana de Ahumada (hermana menor de la Santa) y su marido Juan de Ovalle, que vivían en la villa. Francisco Velázquez muere en 1574 antes de acabar la fundación y Teresa de Laiz en 1583, al poco de la santa que muere en esta Casa de Alba el 4 de octubre de 1582, Teresa tras pasar aquí sus últimos quince días, rodeada de sus monjas, y la comunidad actual aún “recuerda” minuciosamente esos momentos que concluyeron con Teresa indicando que ya es tiempo de caminar y exclamando gozosa que al fin, moría hija de la Iglesia.

La casa e Iglesia de Alba testimonian que, en la arquitectura, santa Teresa partía de premisas claras que postulaban una arquitectura austera y esencial. Dos conocidas máximas resumen su estética:

Así sus templos serán iglesias tipo cajón, de materiales pobres, en los que solo la cabecera y la portada rompen con la estricta austeridad de Teresa. Con esas características cuadra el templo albense que tiene dos partes claramente diferenciadas:

La primitiva iglesia construida por Pedro Barajas entre 1571 y 1582,  llegaba hasta el actual púlpito e incluía la nave con armadura de madera atirantada, y la antigua capilla mayor cuadrada, de bóveda nervada con combados y claves ornadas que indican la vinculación de Barajas con su tracista, Rodrigo Gil de Hontañón. Originariamente se cerraba  con un testero plano ante el que, sobre altas gradas (su altura la marca el comulgatorio que queda en alto, en el muro del evangelio), se levantaba el altar, a la izquierda estaba el coro de las monjas y ante las gradas el sepulcro exento de los fundadores. En el desaparecido testero un fresco de Martín Delgado repetía –a gran distancia– la disposición y traza del Juicio Final de Miguel Ángel en la Sixtina. En tres de los plementos de la bóveda se copian los lunetos vaticanos con los símbolos de la Pasión.

Tras la muerte de la Santa, la iglesia -proyectada como panteón del matrimonio fundador- se transformó de facto en su panteón y su sepulcro pasó a ser motor de las reformas del templo. El 15 de octubre de 1582 fue enterrada en el antiguo coro bajo, entre las dos rejas, en un hueco con arco y allí volvió a ser sepultado su cuerpo tras estar unos meses en Ávila. En 1600 Juan de Montejo y Alonso Rodríguez, contratan un nuevo sepulcro que era fundamentalmente una fachada clasicista para los dos coros primitivos y supuso la instalación del cuerpo en un arca en el coro alto. Beatificada la Santa en 1614, se procedió a organizar la zona coral en tres pisos: uno rehundido como capilla devocional, otro como coro conventual al que corresponde el citado comulgatorio, y un arco en alto, en el que en una «urna de piedra blanca alabastrada, muy bien floreteada de oro» se depositó el cuerpo de la Santa.

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Tras la beatificación y canonización de la Santa (1614 y 1622) aumentó considerablemente el culto, resultando la iglesia insuficiente para acoger a los peregrinos y tras desmontar la anterior capilla mayor y romper el muro de su testero se agrandó el templo levantando crucero, cúpula, nueva capilla mayor, dos camarines (alto y bajo), y sacristía. Colaboraron con limosnas el rey Felipe IV y su esposa, María de Austria,  siendo llamada “la Obra Real” (1670- 1680), conforme con proyecto del carmelita fray Juan de San José.

Las pechinas con motivos teresianos de la cúpula son de Francisco Rizi. Los retablos son de un barroco mesurado, y el central es uno de los más espectaculares relicarios hispanos. En la calle del lado del evangelio, en la predela, se representa la Adoración de los Magos, y sobre ella san José con el Niño y san Juanito, y el profeta Elías vestido de carmelita. En la otra calle la Adoración de los Pastores, san Andrés y el profeta Eliseo de carmelita. En el ático se aprovechó una imagen de la Santa que quizás sea de Antonio de Paz, anterior al retablo y conforme con el modelo de Gregorio Fernández. Para el cuerpo de la Santa se reservó el trasparente central y en 1677 se trasladó allí la urna de piedra, sustituida en 1760 por la actual de mármol (hoy sobre el primitivo sepulcro está la urna de piedra y sobre ella, en lo alto, un óleo sobre tabla, Glorificación de santa Teresa de Miguel Ángel Espí). En el cuerpo bajo –a ambos lados del altar– había dos puertas, en una se expuso el brazo y en otra el corazón de santa Teresa (ahora están junto a la urna sepulcral).

 

III. Carmus. Museo Carmelitano

El Museo es una catequesis teresiana impulsada desde hace décadas por la comunidad que primero restauró todo el patrimonio conventual, luego el convento y el templo abriendo a los peregrinos la sala de santa Teresa y celda de su muerte primero, después los camarines y las salas anexas con los óleos sobre cobre, y finalmente las salas nuevas. En CARMUS se expone hoy conjuntamente el legado que corresponde al convento de la Madre Teresa y las riquísimas huellas de cuatrocientos años de culto a Teresa en Alba.

Son más de mil metros expositivos y más de 800 piezas, que difícilmente pueden resumirse en unas líneas. En planta baja, en dos salas contiguas se exponen la orfebrería litúrgica y los ornamentos de los oficiantes. Todo dedicado al esplendor del culto. Entre la orfebrería, presidida por un san Miguel venciendo al diablo de A. Algardi,  destacan el magnífico altar de plata (1734, Francisco Villarroel), buenos cálices –especialmente uno de filigrana-, tres bellas custodias, dos cruces filipinas y buenos ejemplares de platería americana. En la sala de ornamentos se muestran cuidadosamente casullas, capas pluviales y dalmáticas  que abarcan más de cuatro siglos del culto a la Santa en este su santuario. Valiosísimo es el paño de brocado que se expone en un gran expositor entrando, a la izquierda, que es tradición proviene de Bruselas y cubrió el cuerpo de la Santa. En una pequeña sala, a modo de capilla dedicada a san José, patrono de los artesanos, se disponen los enseres del día a día conventual, cerámica y alfarería, ruecas y devanaderas, braseros, la mesa de planchar y colección de planchas de la sacristía y en una vitrina una singular y completa colección de tijeras y espabiladeras de la sacristía.

La gran sala baja presenta una original colección de estandartes procedentes de medio mundo, realizados con terciopelos, brillantes sedas, y pedrería, que testimonian la pujanza de las peregrinaciones de 1882, 1914 y 1922. Además esculturas de pequeño formato, marfiles indo-lusitanos e hispano-filipinos, óleos de calidad de Flipart y una buena copia de Guido Reni. Entre las esculturas hay una versión de alta calidad de la virgen de Trapani, un Nazareno guatemalteco que en 1889 León XIII regaló a santa Teresa, y una pieza de primerísima calidad, la Soledad que Pedro de Mena talló entre 1673 y 1678, de medio busto policromada, de finísimas láminas que dan a los plegados gran plasticidad y movimiento, incorpora botones, ribetes, dientes de marfil, uñas de cuerno y ojos de pasta vítrea que le dan una gran verosimilitud. Es del tipo denominado de contemplación, y la Virgen, una mujer joven que tiene ante ella el sudario con la corona, espinas y clavos del martirio de su hijo, madre dolorida que en tensión contenida levanta los ojos.

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La sala de la planta alta acoge fundamentalmente pintura en dos ámbitos separados por un escritorio de mesa con tapa abatible, tapa superior, cajones, y secretos centrales. Es intarsia con escenas de caza y otras arquitectónicas de tratados manieristas germanos. De h. 1565 y del aubsburgués Bartolomé Weisshaupt o su círculo.

Entre los grandes óleos hay dos copias de calidad; una de la Piedad de Van Dyck hecha mediante una estampa invertida, con un brillante colorido que indica conocimiento del original, otra es una copia antigua del riberesco Jesús entre los Doctores. Además destacan una muy idealizada y característica Virgen con Niño de Luís de Morales, el Divino, un Cristo con la Cruz a cuestas, pieza firmada en 1537 por el leonardesco Palmezzano: Marchus Palmezanus pictor foroliniensis faciebat  dice una cartela, un óleo sobre tela, Calvario y Dolorosa, de compleja composición, flamenco del XVII. Flamenco también, de la primera década del XVI, es el tríptico de la Virgen de la Paz con  adoración de los pastores y huida a Egipto, tabla de factura espléndida en las figuras.

Cierra la sala el estandarte de la canonización de la Santa, que en 1622 estuvo en la ceremonia vaticana en la que fueron canonizados santa Teresa, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, san Isidro labrador, y san Felipe Neri. Desde allí llegó a Alba y colgó en el arco toral de la anterior capilla mayor. Es de seda carmesí italiana con una Santa al óleo, acorde con retrato de fray Juan de la Miseria o Juan Nardush, escudos aun visibles de los calzados y los Mendoza (más el de los Alba al dorso), que pudo encargar Antonio Álvarez de Toledo, duque de Alba y virrey de Nápoles. La imagen es la última incorporada a un Museo en el que el arte religioso, especialmente el vinculado con Teresa, muestra obras en las que confluyen  lo espiritual, lo histórico y lo artístico, la historia de este santuario de peregrinación. Un museo que es el espléndido legado con el que las carmelitas de Alba han conmemorado el V Centenario de santa Teresa y que será uno de los más vivos recuerdos del Centenario.

Categorías: Patrimonio Cultural
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